El responsable de una gran consultora internacional me comentaba hace pocos días que con la llegada de la inteligencia artificial el 40% de su catálogo de servicios había entrado en riesgo, lo explica Genís Roca en la vanguardia. Tareas como por ejemplo analizar datos y mercados, identificar tendencias, localizar buenas prácticas, hacer cuadros de mando o preparar informes están perdiendo valor. Eran servicios que daban mucho margen y se resolvían con muchas horas de los perfiles más junior de la compañía, recogiendo y elaborando información. El resultado es que con la llegada de la IA las grandes consultoras están despidiendo sus aprendices. ¿Pero si despiden los júniors, de donde saldrán los seniors del futuro?
En las tareas relacionadas con la gestión de la información, que son muchas a cualquier empresa, la tendencia es apoyarse en IA en lugar de pedirlo a alguien. Las personas que saben y tienen experiencia pueden evaluar la respuesta que les da la IA y repreguntarle tantas veces como haga falta hasta que obtienen un resultado que los parece interesante y adecuado. Estas interacciones antes se hacían con un aprendiz, que de iba aprendiendo el oficio y entendiendo de alguien más experimentado qué eran los razonamientos y aquello que se esperaba, pero pedía mucho tiempo y mucha paciencia por parte de los dos. Ahora, con la IA, todo esto sucede mucho más rápidamente y casi sin coste económico, pero la figura del aprendiz desaparece y quien aprende a pensar y razonar es la IA.
Tanto se vale si hablamos de periodistas, contables, entrenadores de fútbol, médicos o tenderos. Los nuevos profesionales se apoyarán sistemáticamente en la IA, porque es una herramienta útil y poderosa, pero antes necesitamos que conozcan el negocio y aprendan a pensar. Hasta ahora esto se aprendía más en los primeros años de trabajo que no en todos los anteriores de formación y estudio, y la IA está destruyendo sobre todo estas posiciones de aprendizaje.
Ya hace tiempo que nuestro modelo educativo pide una profunda reformulación, que se reclama una apuesta seria por la formación profesional una mayor relación entre universidad y empresa no solo en proyectos de investigación sino también en los procesos de aprendizaje, una apuesta por la acreditación de competencias y no solo conocimientos, y un largo etcétera de diagnósticos que confirmen que hoy en día aprobar un examen ya no demuestra nada, aunque te den un título.
Un golpe más la IA nos pone ante el espejo. Cada vez que una IA nos contesta con un sesgo racista, no hace otra cosa que evidenciar que nuestra historia, con la que lo hemos entrenado, es insoportablemente racista. Ahora nos enfrenta a la realidad de una tradición educativa más orientada a evaluar el resultado (un examen o un trabajo por escrito) que no el proceso y el razonamiento, pero sobre todo demasiado desconectada del mundo real. Y también nos demuestra que a demasiadas empresas la apuesta por el talento y el desarrollo competencial de los empleados era mentida, y que siempre ha importado mucho más el resultado económico a corto plazo.
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